La actual crisis de la ONU y del sistema multilateral no debe interpretarse únicamente como un impasse, sino como una oportunidad de transformación. Si el financiamiento y la legitimidad política están en riesgo, es necesario renovar no solo las estructuras, sino también los liderazgos.
La 60ª Sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (HRC60), celebrada en Ginebra, expuso con claridad los síntomas de la crisis que atraviesa el multilateralismo, pero también reveló señales de resistencia, acción y compromiso.
En un presente marcado por conflictos armados, emergencia climática y desigualdades crecientes, la idea de que no hay espacio para la cooperación global puede abrir terreno a soluciones unilaterales que profundizan las desigualdades y erosionan la protección de los derechos.
A esto se suman las disputas geopolíticas, el fortalecimiento de los nacionalismos, la desconfianza hacia la legitimidad de las instituciones y, sobre todo, la grave crisis financiera que compromete la capacidad operativa de la ONU y de la propia sociedad civil organizada, poniendo en jaque no solo el futuro de la gobernanza internacional, sino también los valores fundamentales del derecho internacional.
El riesgo es que la sensación de parálisis e impotencia colectiva sustituya la apuesta por la cooperación, la solidaridad y el diálogo.
Frente a esto, la crisis deja de ser un mero problema técnico o institucional para presentarse como un llamado a la ética. Es aquí donde el legado de Paulo Freire, cuyo aniversario celebramos este mes, ofrece una clave de interpretación. Esperanzar no es ilusión ni resignación, es actuar de manera consciente, informada y comprometida con la justicia social.
Estar en la 60ª sesión del Consejo, ya sea como observador, activista, educador o defensor de derechos humanos, significa insistir en denunciar violaciones, ineficiencias, incoherencias y recortes presupuestarios. También significa contribuir a fortalecer normas, exigir transparencia, visibilidad y acceso a los procesos de toma de decisiones.
Fue con este espíritu que el Instituto de Desarrollo y Derechos Humanos (IDDH) marcó presencia en Ginebra. En diálogo y acción conjunta con otras organizaciones de la sociedad civil, como las que integran el Colectivo RPU Brasil, y con defensoras y defensores seleccionados en la convocatoria ECOAR, optamos por una postura firme: transformar la desesperanza en acción.
La crisis de la ONU y del sistema multilateral no debe leerse únicamente como un impasse, sino como una oportunidad de transformación. Si el financiamiento y la legitimidad política están en riesgo, es necesario renovar no solo las estructuras, sino invertir en la formación de liderazgos capaces de indignarse ante las violencias y de adaptarse a los cambios.
Apostar por la Educación en Derechos Humanos y por la formación de defensoras y defensores es apostar por el esperanzar freireano: por el gesto colectivo de reconstruir puentes y crear caminos para un multilateralismo capaz de responder a las urgencias del presente y a los derechos de las futuras generaciones. A eso se dedica el IDDH.
Que la crisis no nos lleve al silencio, sino a un compromiso renovado.